declaro desde aquí mi admiración y mi respeto por el puñado de berroqueños militantes de la izquierda vasca no abertzale que, tras el trompazo de Elkarrekin Podemos y Sumar en las elecciones del 21 de abril, se han puesto manos a la obra para tratar de pegar los añicos de la vasija confederal. Los precedentes inmediatos no invitan al optimismo. Quienes se embarcan ahora en la entusiasta empresa son prácticamente los mismos que, unos meses antes de los comicios, trataron de evitar la concurrencia por separado de dos marcas que, en esencia, llevaban idéntico programa, coma arriba o coma abajo. Entonces consiguieron unas palmaditas en la espalda por parte de unos y de otros y un baño de realidad que, estando curtidos en miles de escisiones y reyertas internas, no pudo sorprenderles. Como tantas veces, pudieron más las inquinas personales (y personalistas) que las ideas.

¿Hay algún motivo para esperar que, consumado el desastre electoral, Podemos y Sumar estén dispuestos a recapacitar sobre lo poco conveniente de mantener la división? Sinceramente, me temo que no. Al contrario, creo que las estructuras dirigentes de ambas formaciones, igual en Euskal Herria que en el conjunto del Estado, están ahora mismo en una batalla sin cuartel que busca el exterminio mutuo. Ione Belarra y Yolanda Díaz no se dirigen la palabra, exactamente igual que Miren Gorrotxategi y Alba García, como se pudo comprobar en los diferentes debates de campaña. Así las cosas, el futuro más probable es la muerte por inanición de los restos morados que quedan en ayuntamientos y parlamentos forales y la imposibilidad de crecer para la plataforma yolandista, cuyo único representante institucional es un miembro del EPK-PCE. Como ya anoté por aquí, es tremendo pensar que el un día llamado “quinto espacio vasco” haya vuelto a 1980 después de dilapidar un respaldo popular que le hizo ganar dos veces unas elecciones generales.